23 ago 2009

Mandar callar en las aulas tiene un alto coste

Según un informe de la OCDE, nuestro profesorado dedica el 16% del tiempo de clase en mandar callar a los alumnos y poner un poco de orden en las aulas. ¿Saben lo que supone el 16% de clase? Si el horario semanal de la ESO es de 30 horas como regla general, equivale a 4,8 horas semanales. La misma carga lectiva que Lengua Castellana y más que Matemáticas. Con una asignatura así, los alumnos deberían saber callarse con que el profesor moviera una ceja.
¿Tienen una idea aproximada de lo que nos cuesta a los contribuyentes la falta de orden en las aulas? Si el sueldo de un licenciado, funcionario docente en la ESO, con 9 años de antigüedad, con 18 horas lectivas semanales, es de 42.033,44 euros, resulta que una hora de clase semanal en cómputo anual nos cuesta 2.335,19 euros. Multiplicada esta cantidad por las 4,8 horas semanales, se obtiene la cifra de 11.208,91 euros que cuesta «mandar callar» en un aula de la ESO al año. Si se multiplica esta cantidad por el número de unidades de ESO que existen en España (74.809) sabremos que el «no silencio» nos cuesta 838 millones de euros, entendido el coste como fondo público que no se utiliza con eficiencia.

Es cierto que entre alumnos de 12 a 16 años, con las hormonas a punto de nieve, puede resultar inevitable que haya cierto ruido de fondo a corregir, pero&hellip ¿tanto?. A este coste habría que sumar el de las bajas del profesorado provocadas por la indisciplina (depresiones, estrés, ansiedad, etc) y las consiguientes sustituciones. Para que los alumnos aprendan es imprescindible el orden en las aulas. El orden también tiene el valor educativo de aprender reglas de conducta y convivencia.Pero para aquellos que siguen pensando que esto del «orden» y las reglas son una antigualla rancia, vestigio de un autoritarismo que cercena la personalidad de los alumnos, sin valor pedagógico alguno, por favor, que acudan al criterio económico, y respondan si nos podemos permitir malgastar 838 millones de euros porque a los niños no les da la gana de guardar silencio mientras un profesor explica la lección.

La cadena hereditaria de la deuda externa

No es fruto de casuales ciclos económicos. La deuda externa, soportada por algunos pueblos es un instrumento de dominación.
Hoy no resulta creíble, ni honrado, engañarse con la injusticia que supone un mundo partido en dos, en el que unos soportan el bienestar de otros sufriendo enfermedades, hambre y la destrucción de su ecosistema.
La falta de futuro de unos ha sido diseñada concienzudamente para beneficiar a otros. La realidad de la globalización anula en ese proyecto la realidad del hombre. Reconozcamos que en el desarrollo de la mundialización cuentan cada día menos sus ciudadanos.
Es la compulsiva carrera por la acumulación, a la que es ajena un mínimo criterio de equidad. Sólo así se explica el que, en un mundo en el que cada día existe más riqueza, la pobreza ahoga cada día a más pueblos. Estos no mueren por falta de recursos, sino por ausencia de justicia.
La acumulación de una deuda externa insufrible sirve a los países acreedores para imponer condiciones draconianas. Instrumentos al servicio de estos, como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional dictan las reglas del juego. Sus programas son reconocidos como ejemplos de degradación medioambiental, corrupción, desplazamiento de poblaciones indefensas y miseria. Sobre todo miseria.
Respondiendo a su lógica economicista, que hace del capital un fin en sí mismo, obliga a reducciones drásticas de las inversiones en infraestructuras, sanidad o educación.
Es el sur de cada sur quien debe sufrir con mayor intensidad la falta de viviendas, de trabajo, de salud y de formación.
Arrancar el futuro a los pueblos genera pingües beneficios a los acreedores. No sólo elimina la competencia hundiendo su industria, sino que permite imponer recetas acordes con los intereses del club de prestamistas.
Ajenos, atiborrados, nos creemos salvados por la puñetera suerte de haber nacido donde lo hemos hecho, aunque sea de culo. Nos puede dar pena hasta dejar mil euros en la hucha del Domun, pero no nos incumbe.
Como si la máquina del pensamiento único pudiera pararse por sí sola, como si reconociera fronteras, sexos o colores. El incremento constante en la acumulación de capital, implica necesariamente, en su lógica, la extensión cualitativa y cuantitativa de la pobreza.
La globalización de la desigualdad facilita la importación de productos con los que, para competir, se argumenta la necesidad de degradar las condiciones laborales de los estados receptores. Esta degradación implica a su vez otra vuelta a la tuerca de la miseria en los países exportadores, para mantener a su vez la competitividad. Es el círculo vicioso que tiene como resultado la universalización de la miseria de la clase trabajadora y la concentración de la riqueza en manos de unos pocos.
Y cuando no se importan productos se importan seres humanos desesperados, carne de cañón para la explotación (sexual, laboral, qué mas da). Las pateras procuran, además de aminorar las condiciones laborales, un rechazo social que favorece la implantación de ideologías que viajan cómodas con la gran máquina.
Pero ha pasado también el momento de culpar al sistema de nuestro compulsivo consumismo. La sangre de sus fauces no sirve ya para limpiar nuestras conciencias. La falta de solidaridad que rige nuestros pasos puede estar alimentada por un mundo en el que valemos lo que tenemos, pero ninguna abstracción es responsable del polvo o la hierba que elegimos pisar. Somos adultos, responsables... culpables, en definitiva, de la usura que configura las relaciones económicas de nuestro planeta.
Cerca 300 millones de personas -la mitad de la población de África- viviendo bajo el nivel mínimo de subsistencia no necesitan palabras.
A 50 millones de personas obligadas a cambiar de lugar les sobran las palabras.
Empecemos por la exigencia de la condonación de la deuda externa. Por pura justicia, porque no son países, sino hombres, mujeres y niños, los que deben responder por las deudas contraídas, muchas veces, por tiranos a los que ni siquiera han elegido.
Pero no sería suficiente con ello. Se hace necesaria la globalización de las respuestas. No sólo la puesta en marcha de la tasa Tobin, sobre los movimientos especulativos de capital, sino la imposición de una tasa de Compensación para un comercio justo, donde se grave, aún manteniendo su condición competitiva, la importación de productos de acuerdo a un índice de degradación de las condiciones laborales, reintegrándose las cantidades recaudadas a los países exportadores para su reinversión en infraestructuras. De esta forma se rompería el círculo vicioso, evitando las tentaciones de rebajar las condiciones (en busca de la competitividad) en los países importadores y procurando la mejora de la de los exportadores.
Pero, estas u otras propuestas pasan por la modificación de enfoques y valores en nuestra aldea. Poner al hombre como objetivo y la economía como instrumento, y no al revés, sería cambiar el mundo.

Misión: Mozambique

El misionero aguilareño Alberto Vera Aréjula desarrolla su labor en Matola desde hace diez años donde, entre otras labores, dirige un colegio con 3.000 alumnos

El objetivo se encuentra a varios miles de kilómetros. En torno a 20 millones de personas -la mitad menor de 21 años- habitan un país que ocupa el doble que España -3.000 kilómetros separan el norte del sur-. La pobreza y los desastres naturales marcan el día de a día de una población que, a duras penas, logra sobrevivir. Allí, en la zona sur donde Matola es la ciudad de referencia, desarrolla su labor el misionero mercedario Alberto Vera Aréjula. Ahora, descansa unos días en su localidad natal, Aguilar del Río Alhama, pero no olvida lo que ha dejado atrás y aprovecha para difundir la labor misionera.

El Fondo Riojano de Cooperación aportará 75.000 euros para construir y equipar una biblioteca en la escuela que gestionan Vera y otros mercedarios. Así se lo hizo saber el consejero de Presidencia, Emilio del Río, al propio Vera el miércoles durante la presentación del proyecto.
Desde el 2000, Alberto Vera trabaja en Mozambique. Llegó tras una larga y sangrienta guerra civil -un millón de muertos- y unas devastadoras inundaciones. Se entregó a la reconstrucción de la zona. La misión se encuentra en el distrito de Matola, cerca de la capital, Maputo. En sus barrios periféricos se sitúan las distintas zonas y, en ellas, el abanico comprende desde viviendas que cuentan con los servicios elementales de luz y agua hasta las que carecen de todo.

Alberto forma equipo con otros dos mercedarios: José Antonio Marzo, de Igea, y José Antonio Marín, de Huesca. En el 2001, pusieron en marcha una escuela de Secundaria, conscientes de que de la educación sale el progreso y el desarrollo de los pueblos. En estos momentos, cuenta con 3.000 alumnos que acuden a sus aulas en turnos de mañana, tarde y noche. Algunos han llegado a la universidad.

Amplio trabajo

Desde su misión de evangelizar, el trabajo es amplio y abierto a todos. Los misioneros están al servicio de la diócesis y trabajan en la evangelización de su gente, dinamizan Cáritas diocesana (Alberto Vera es el director de la Cáritas diocesana de Maputo), se responsabilizan de la pastoral penitenciaria (atienden tres prisiones con más de 3.500 presos), participan en planes de desarrollo para la población, atienden el centro de salud donde cada día pasan unos 300 pacientes y llevan a cabo planes de educación en una sociedad machacada por el Sida (apadrinan 128 niños con becas personales).

También atienden a un grupo de seminaristas que se están preparando para el sacerdocio

Cuadernos de Kabul / Democracia es comer como nosotros

Winston Churchill dijo que EEUU y el Reino Unido eran dos países separados por un mismo idioma. Sucede también con los padres y los hijos; los hombres y las mujeres. Desde las palabras se pueden crear malos entendidos que después generan enfrentamientos, divorcios, fracasos políticos y guerras. En Afganistán, por ejemplo, Occidente llama democracia, y la celebra como un éxito, a una votación en la que la principal irregularidad es la pobreza que padecen sus habitantes, gentes valerosas que por el hecho de acudir el jueves a un colegio electoral se han jugado una porción de su vida, porque el resto de la vida se la juegan a diario.

Estas elecciones en un país en el que el 50% de los varones y el 85% de las mujeres son analfabetos no se pueden llamar libres ni justas porque la libertad nace del conocimiento y la capacidad de elección. Para disponer de una democracia como la nuestra hay que comer como nosotros. O desplazar levemente la muñeca de la mano derecha o izquierda por las mañanas -o por las noches, que sobre gustos no hay nada escrito, dicen- y que salga de la ducha un largo, agradable y cálido chorro de agua potable y no tener que caminar horas por caminos polvorientos y peligrosos en busca de un líquido insalubre, como sucede en muchas aldeas afganas y en casi toda África.

Cuando todo gira entorno a la pobreza, al acto agotador de sobrevivir a cada segundo de la existencia, no hay tiempo para la educación, la cultura y el ocio. Democracia no es todo lo que sale por nuestras televisiones.

Da la impresión de que el proceso electoral afgano está dirigido más a calmar las opiniones públicas occidentales que podrían empezar a preguntar por el uso dado en este país al dinero de sus impuestos: 64.000 millones de dólares en ocho años de los que un 14% ha llegado a los verdaderos afganos, y por los soldados muertos: 1.300 desde 2001. El precio es altísimo y los errores numerosos, como en Irak. Se blande cuando conviene la corrupción para señalar al Gobierno corrupto de Hamid Karzai, pero se olvida la larga lista de empresas y contratistas occidentales que están haciendo su agosto en cada guerra por la libertad que se libra en el mundo. ¿Para cuándo una investigación sobre los nuevos Halliburton?

Churchill y las palabras que separan y generan conflictos y ocultan la realidad. No somos los únicos con problemas en el lenguaje. Los afganos, por ejemplo, han tardado muchos años en comprender que a los que se llamaban reverencialmente señores de la guerra, como si fuera un título nobiliario, no son más que unos vulgares criminales y narcotraficantes que deberían estar presos en La Haya. En lugar de la cárcel es muy posible que acaben de nuevo en el Gobierno o en sus aledaños, que también engordan

Esteban Beltrán: "No debemos acostumbrarnos a que los gobiernos no muestren principios"

En sus veinticinco años de lucha por los Derechos Humanos -los diez últimos al frente de la sección española de Amnistía Internacional- Esteban Beltrán debe haber visto mucho. Seguramente ése sea el motivo de que, después de tanto esfuerzo aún haya buscado un tiempo para, a titulo personal, resumir buena parte de lo que no puede decir desde su cargo en una de las oenegés más destacadas en la lucha a favor de estos principios universales. El resultado salió hace pocas semanas a la venta bajo el título Derechos torcidos. Tópicos, medias verdades y mentiras sobre pobres, política y Derechos Humanos (Debate '09), y supone una obra de lectura imprescindible para entender por qué determinadas cosas funcionan de un modo erróneo en nuestra sociedad (a pesar de que, según se nos da a entender, no se para de combatir para evitarlo), y barajar algunas de las soluciones que su autor propone para enmendarlo. Aprovechando su visita a Valencia para presentarlo, tuve hoy la suerte de poder entrevistarle, y lo que sigue es, prácticamente en su integridad, la transcripción de ese encuentro.

El motivo que propicia esta entrevista es el lanzamiento de su libro Derechos torcidos, aunque usted no es conocido como escritor. ¿Qué le impulsó a realizarlo? Yo diría que fue una mezcla de rabia y rigurosidad. Seguramente su gestación responda también a mi necesidad de mostrar mi no conformidad con ciertas cosas. Si hay algo que he podido comprobar en los últimos veinticinco años es que no es cierto eso de que las cosas no pueden cambiarse. Ése sería el decimotercer tópico, pues sí se pueden cambiar, pero para ello primero deben enfocarse bien los problemas, pelear por ellos, y no temer ponerlos sobre la mesa, hasta si chocan contra las cosas más sagradas. Además creo haber contado con la ventaja de no ser un escritor habitual. El libro no está hecho por un entomólogo, sino por alguien que ha visto en directo aquello de lo que habla.

Ha comentado que el tópico de que las cosas no pueden cambiar sería el trece porque su libro recoge los que califica como otros doce “tópicos, medias verdades y mentiras” sobre los Derechos Humanos. Y repasando la lista, uno a la primera conclusión que llega es que son tópicos muy extendidos. ¿A qué cree que se debe su penetración social? Se debe a una mezcla de factores. Por un lado están las que yo llamo “ideas muelle”, que no son sino ideas que la sociedad cree que necesita para asentarse sobre ellas. Una de estas podría ser la de que los políticos deben hacer siempre lo que les pide la gente. Otras tienen un carácter histórico, como en el caso español, la de que la Transición española fue modélica y modelo. También hay otras que se asumen por novedad, como la de que las ONG son todas fantásticas. Todas estas ideas son confortables para la sociedad, pero no sólo se asumen por su comodidad sino porque los poderes y los gobiernos de turno insisten en lanzarlas. Ellos emiten ideas muy poderosas y estas acaban calando, aunque no siempre de un modo negativo. En el capítulo Los asesinos deben morir vemos que la gente ya no opina de ese modo, o no al menos la mayoría. ¿Y por qué? Porque ni uno solo de los gobiernos europeos considera que la pena de muerte sea correcta.

Fueron los gobiernos los que hicieron cambiar de parecer a los ciudadanos...Correcto. Pero en cambio también nos encontramos con ejemplos contrarios, como el de la Transición, en la que toda la clase política se puso de acuerdo para decir que fue un modelo. No obstante yo mantengo que no fue así porque dejó en la indefensión a miles de familias y además, porque la realidad nos demuestra que ese dejar en la impunidad a los criminales no ha servido de modelo para ninguna otra situación similar. Retornando al por qué del éxito de los tópicos se debería a la mezcla de “ideas muelle” y “falsas ideas con apariencia democrática", que son impulsadas a lo largo del tiempo y la historia por las élites gobernantes. De ese modo, aunque la gente tenga más información que nunca, también pueda recibir más información interesada de aquellos que la generan, por lo que estos tópicos acaban arraigando. El libro no sería más que mi modesto ejercicio de pedir a la gente, a las élites, a los gobernantes y a las oenegés, que piensen otra vez las cosas. En realidad el libro se podría haber llamado Piénselo otra vez.

"Los problemas sólo pueden resolverse poniéndolos encima de la mesa. En el caso de la tortura hay que asumir que existe. Una vez que eso se asume se podrá empezar a resolver"

En Derechos torcidos no evita los temas espinosos que deberían generar una gran polémica. Sin embargo, cuando cayeron en mis manos las primeras entrevistas que le realizaron, no me sorprendió ver como estos temas se pasaban por alto. ¿Le sorprendió a usted? (Sonríe y hace una pausa) Yo creo que esto se debe a que hay temas que resulta difícil tocar, como los de la Transición, la oenegés o la Responsabilidad Social Corporativa; y otros que los medios de comunicación los enfocan desde el punto de vista de la actualidad, como la inmigración. Otros los tocan los medios más valientes, como el de la tortura, que está generando debate, lo cuál me gusta; y otros, como el de la pobreza, de la que digo que como la esclavitud debería ser abolida por ley, que los medios tocan porque piensan que nunca va a ocurrir. Les parece una idea exótica (ríe).

Ese silencio de determinados temas me ha recordado al que los medios autóctonos ofrecen cuando cada año hacen referencia a los informes anuales de Amnistía Internacional, en los que omiten la parte referida a España. Correcto.

¿Hay que tolerar que suceda eso? ¿Hacer la vista gorda a ese silencio para poder seguir funcionando? No, los problemas sólo pueden resolverse poniéndolos encima de la mesa. En el caso de la tortura hay que asumir que existe como problema. Una vez que eso se asume se podrá empezar a resolver. El problema es que hasta ahora no se asume como tal. O bien unos dicen que son casos aislados muy esporádicos u otros exageran diciendo que siempre ocurre. No, hay que mirarlo con naturalidad. La tortura existe, siempre ha existido, es la más clandestina de las violaciones de los Derechos Humanos. La única forma de superar el nivel y el volumen de tortura es reconocer que existe. Una vez reconocido, habría que poner videocámaras bajo auto judicial, abolir el regimen de incomunicación que las favorece... ¿Pero lo cómodo qué es? La tortura no es un factor de preocupación social, los medios de comunicación no lo tocan casi nunca...

Pero lo cierto es que el problema existe. En un caso muy reciente se reproducían todos los esquemas que da en el libro. Es curioso que uno de los periodistas que me han entrevistado, simpatizantes con el libro, me preguntó al respecto: “¿y cuáles son sus fuentes sobre la tortura?”. A lo que le respondí, “sin problemas te las cuento, ¿pero por qué no me preguntas por las fuentes de los otros once temas?” (risas). Yo entiendo que la gente pueda pensar que esto puede deslegitimar nuestra acción antiterrorista, pero no es así. Los crímenes de ETA son crímenes terribles y delitos; y la tortura es un crimen terrible y delito.

Además, como apunta en la obra, acabar con la tortura supondría eliminar argumentos a la gente que apoya a los terroristas. Pero es que es algo del todo ineficaz. La tortura no es sólo ilegal e inmoral, sino que es además ineficaz. Utilizando la tortura y los malos tratos cualquiera te cuenta cualquier cosa, y eso puede llevar una investigación hacia cualquier lado. Y las mismas fuerzas de seguridad lo saben. Lo que hay que hacer es investigaciones bien hechas, escuchas por orden de los jueces... la labor de policías normales. Si a todo ello se le suma que es utilizado como argumento por la otra parte es evidente que debería erradicarse ya.

"Yo vi en directo la rueda de prensa de Zapatero y Medvédev por televisión, y dos cosas me provocaron un rechazo brutal: por un lado que no se hablara de la situación que padecen allí los defensores de los Derechos Humanos; y por otro que ni uno solo de los periodistas que estaban presentes preguntara por ello."

Al principio de la entrevista me hablaba de la rabia y el rigor como motores para escribir el libro, y eso me ha recordado que hay algunos capítulos que le han salido más narrativos -por llamarlo de algún modo- que otros. Como si le hubieran salido del alma o quizás los tuviera más que reflexionados. Puede ser. El de la transición por ejemplo, nace en los últimos años, por haber estado involucrado en todas las discusiones para la elaboración de la Ley de la Memoria Histórica y haber hablado con mucha gente. Una mujer en particular me recordó mi estancia en Guatemala, en Rabinal, que es posiblemente el lugar del mundo con más fosas clandestinas por habitante. Y es que es básicamente lo mismo. Todo eso me hizo pensar cuán injustos estamos siendo con esta gente. Después de haber estado peleando en la Audiencia Nacional para que Pinochet fuera extraditado a España, de haber identificado verdugos en otros lugares, a uno le indigna teclear en Google los nombres de las personas involucradas en las más terribles violaciones a los Derechos Humanos sucedidas en España (como Lorenzo Martínez Fuster, que es un señor que entre 1939 y 1945 iba a diario a desayunar con Franco para pasarle las sentencias de muerte) y apenas aparecen en internet. Ese doble rasero, esa impunidad, comparable a la de la Unión Soviética, es tremenda, y la indignación quizás me haya hecho escribir ese capítulo de otro modo. En el caso del dedicado a la pena de muerte, el enfoque de preguntar a la gente que está a favor de ella si sería capaz de aplicarla personal y fríamente, también me pareció interesante. Hay temas que he tratado tanto que seguramente sí me apeteció darles un enfoque diferente.

Hablaba de doble rasero y de la Unión Soviética, y me viene a la cabeza algo que tenía apuntado para preguntarle en algún momento y que tiene que ver, como casi todo, con la información. Se trata del tratamiento diferenciado que se da desde los medios españoles a determinadas actitudes, dependiendo de los gobiernos que las pongan en práctica. El caso más reciente es la amabilidad con que se ha recibido al primer ministro ruso, respecto a la vigilancia a la que se somete, poniendo el caso más notable, a Hugo Chávez. Hay una cosa a la que no debemos acostumbrarnos, y es a que los gobiernos no tengan ni muestren principios. Me niego a acostumbrarme a eso. Yo vi en directo la rueda de prensa de Zapatero y Medvédev por televisión, y dos cosas me provocaron un rechazo brutal: por un lado que no se hablara de la situación que padecen allí los defensores de los Derechos Humanos; y por otro que ni uno solo de los periodistas que estaban presentes preguntara por ello. No hay que acostumbrarse a eso. En una democracia tenemos la ventaja de que los gobiernos deben enfrentarse a una reválida de los ciudadanos y uno no ha de permitir que sus gobernantes no tengan principios o que se renuncien a ellos a cambio de energía u otra cosa. Yo no tengo ningún problema en que se tengan relaciones -yo mismo he estrechado la mano de gobernantes con las manos manchadas de sangre-, pero no les recompensó. El tema de los Derechos Humanos, con este país y con los anteriores, es la guinda de un pastel que nada tiene que ver con la atención que se les dispensa.

"Es importante que los gobernantes asuman los Derechos Humanos como lo que son: imperativos legales. Pero a veces parece, como en el momento actual de crisis económica, que se dejan de lado. Es como si los Derechos Humanos fueran un artículo de lujo para épocas de prosperidad."

En el lado contrario nos encontraríamos las fotos anuales en las que los gobernantes comparecen leyendo cada uno de los Derechos Humanos como si los asumieran, cuando la mayoría se muestra a diario contraria a algunos como el de la libre circulación de personas. Ahí hay una doble vertiente. Por un lado creo que es importante que los gobernantes transmitan una imagen de respeto a la Declaración de los Derechos Humanos. Pero es importante que los gobernantes los asuman como lo que son: imperativos legales. Pero a veces parece, como en el momento actual de crisis económica, que se dejan de lado. Es como si los Derechos Humanos fueran un artículo de lujo para épocas de prosperidad.

¿Tiene la impresión de que en los tiempos que corren se estén silenciando interesadamente las voces que proponen otras alternativas? No lo sé. De todos modos yo no propongo un cambio de modelo, sino algo tan poco revolucionario pero tan necesario como cumplir la ley. En la Declaración Universal cada uno de los derechos es igual al resto. La pobreza no sé si requiere un cambio de modelo, pero sí requiere ley. En el libro mantengo que no se está dando una lucha contra la pobreza y que se transmita a los ciudadanos lo contrario es algo que me molesta especialmente. En la “lucha contra la pobreza” se dan varios hechos insólitos. Uno, que la mayoría del dinero no se destina a los países más pobres. ¿Por qué tiene que ir a América Latina? A no ser que se utilice para favorecer la posición de nuestro país desde el gobierno a nivel estratégico, político y económico.

"Ahora hay mucha gente involucrada y mucho más organizada, y todos ellos sirven de freno a los abusos del poder; un freno que antes no existía."

Como sucedió hace unos días con la visita de la Vicepresidenta del Gobierno a Gambia. Otro tema. ¿Vamos a combatir la pobreza a Gambia? No, vamos a combatir la inmigración. Y de paso ayudamos a unos pobres. No hay un combate contra la pobreza porque si se diera no se dejaría indefensas a todas esas personas. Pero hay que decir una cosa respecto a lo que hablo: no se trata de utopías. Las nuevas constituciones que se están haciendo están incluyendo la salud, la educación y la vivienda como derechos ante un juez. En España, si yo no llevara a mi hijo al colegio en primaria, la policía se la llevaría a la escuela; sólo porque el derecho a la escolaridad está recogido como tal en la Constitución. Pero no la vivienda, la salud... No obstante esto está cambiando. En Sudáfrica, los enfermos más graves de SIDA tienen derecho a recibir sus medicamentos baratos porque está en su Constitución; Bolivia ha incluido en su nueva Carta Magna esos derechos como defendibles ante un juez; hay un debate actualmente en la Naciones Unidas sobre el Protocolo de Derechos Económicos, Sociales y Culturales que, si se ratifica, será un avance hacia la consolidación de esos derechos... No se trata de una utopía, porque está habiendo avances, pero hay que ser claro desde un principio: la pobreza no la estamos combatiendo. Es una cuestión de voluntad política. Si la pobreza no disminuye, sino aumenta, es porque no estamos luchando contra ella.

Trataremos de terminar, pese a todo, con un mensaje positivo, pues creo que al fin y al cabo es su deseo cuando escribió Derechos torcidos. Si finalmente se derribaran estos mitos, si la gente consiguiera ver por encima de los términos engañosos para ocultar la realidad que recoge al final de libro, ¿tiene fe en que la lucharía para cambiar la situación? No fe, que es algo religioso, pero sí la experiencia de que es posible. La sociedad hoy está mucho más humanizada que hace sesenta años. Hace más de seis décadas el ejército de El Salvador mató a 5.000 campesinos en una aldea remota y nadie lo supo hasta diez años después. Hoy es imposible que cosas como esa se oculten aunque alguien lo desee. Ahora tenemos también la leyes y no faltan ejemplos de cómo la sociedad avanza hacia la no domesticación. Ahí está la sociedad británica como ejemplo de cómo se ha de cuestionar constantemente a un gobierno. También el nacimiento y el desarrollo de las oenegés; no en España, que fue al calor del dinero fresco europeo, sino en otras partes del mundo donde se produjo al amparo de la libertad. Hay ahora mucha gente involucrada y mucho más organizada, y todos ellos sirven de freno a los abusos del poder; un freno que antes no existía. Eso es lo importante, saber que se pueden hacer las cosas. Quién habría pensado hace diez o quince años que Pinochet podría ser recluido en Londres por orden de un juez español debido a crímenes acaecidos en Chile; pero ahora ya hay centenares de personas procesadas por violación de los Derechos Humanos. ¡Por primera vez en la historia se ha procesado a un jefe de estado en ejercicio! No pueden hablar de utopía para referirse a la abolición de la pobreza cuando hace cien años la abolición de la pena de muerte también lo era. No, las cosas se pueden cambiar, las sociedades son más avanzadas, las democracias están más consolidadas -aunque en mi opinión limitadas- y el mundo en general está más preparado para enfrentarse a retos como estos. Eso es al menos lo que yo pienso.

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