23 ago 2009

Cuadernos de Kabul / Democracia es comer como nosotros

Winston Churchill dijo que EEUU y el Reino Unido eran dos países separados por un mismo idioma. Sucede también con los padres y los hijos; los hombres y las mujeres. Desde las palabras se pueden crear malos entendidos que después generan enfrentamientos, divorcios, fracasos políticos y guerras. En Afganistán, por ejemplo, Occidente llama democracia, y la celebra como un éxito, a una votación en la que la principal irregularidad es la pobreza que padecen sus habitantes, gentes valerosas que por el hecho de acudir el jueves a un colegio electoral se han jugado una porción de su vida, porque el resto de la vida se la juegan a diario.

Estas elecciones en un país en el que el 50% de los varones y el 85% de las mujeres son analfabetos no se pueden llamar libres ni justas porque la libertad nace del conocimiento y la capacidad de elección. Para disponer de una democracia como la nuestra hay que comer como nosotros. O desplazar levemente la muñeca de la mano derecha o izquierda por las mañanas -o por las noches, que sobre gustos no hay nada escrito, dicen- y que salga de la ducha un largo, agradable y cálido chorro de agua potable y no tener que caminar horas por caminos polvorientos y peligrosos en busca de un líquido insalubre, como sucede en muchas aldeas afganas y en casi toda África.

Cuando todo gira entorno a la pobreza, al acto agotador de sobrevivir a cada segundo de la existencia, no hay tiempo para la educación, la cultura y el ocio. Democracia no es todo lo que sale por nuestras televisiones.

Da la impresión de que el proceso electoral afgano está dirigido más a calmar las opiniones públicas occidentales que podrían empezar a preguntar por el uso dado en este país al dinero de sus impuestos: 64.000 millones de dólares en ocho años de los que un 14% ha llegado a los verdaderos afganos, y por los soldados muertos: 1.300 desde 2001. El precio es altísimo y los errores numerosos, como en Irak. Se blande cuando conviene la corrupción para señalar al Gobierno corrupto de Hamid Karzai, pero se olvida la larga lista de empresas y contratistas occidentales que están haciendo su agosto en cada guerra por la libertad que se libra en el mundo. ¿Para cuándo una investigación sobre los nuevos Halliburton?

Churchill y las palabras que separan y generan conflictos y ocultan la realidad. No somos los únicos con problemas en el lenguaje. Los afganos, por ejemplo, han tardado muchos años en comprender que a los que se llamaban reverencialmente señores de la guerra, como si fuera un título nobiliario, no son más que unos vulgares criminales y narcotraficantes que deberían estar presos en La Haya. En lugar de la cárcel es muy posible que acaben de nuevo en el Gobierno o en sus aledaños, que también engordan

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